No hablamos de religiones, no hablamos de ocio nocturno, escribimos el día del 68 cumpleaños de James Edwards, más conocido en sus años NBA como “Buddha” dicen que el apodo fue pensado por su bigote. No es sencillo encontrar una representación en escultura o en pintura con mostacho del maestro espiritual que enseñaba el camino al nirvana. No se representa con pelo en la cara, es más suele verse sin pelo en toda la cabeza…
James Edwards fue un muy buen pívot ofensivo de los 70 y de los 80, también jugó en los 90, pues se alargó hasta los 40 años en activo, pero las últimas temporadas completaba rosters sin protagonismo, ya le quedaban pocos saltos en esas rodillas. Le dio tiempo a muchas cosas en la competición americana, pero con poco lustre en nuestra visión europea o española de aquellos años. Anotaba más de 15 puntos por partido, tenía buenos movimientos al poste, jugó en Lakers preshowtime, en los ni fu ni fa Pacers o en unos problemáticos Suns a buen nivel, no eran franquicias muy ganadoras mientras él estuvo ahí, por otro lado no defendía mucho.
Cuando el ocaso de su carrera parecía que empezaba a llegar, de repente le traspasaron de Phoenix a Detroit, que era donde se estaban jugando los partidos más electrizantes de la década que empezaba, finales de los 80 e inicios de los 90.
Ese piano lo cargaban gente como Laimbeer, Rodman, Mahorn, Salley, pero necesitaban concertistas que lo tocaran, solían ser los bases y escoltas, pero el extraño hombre callado del bigote era alguien de dedos largos y sensibilidad en la muñeca. Aunque midiera 2,16.
Los Bad Boys acabaron con el lujo de Lakers y pospusieron la dictadura de los Bulls unos años. Pero “Buddha” era lo que ustedes quieran menos un chico malo. En tres temporadas allí pasó de 5 puntos por partido (su marca más baja en 10 temporadas de oficio posteador a 14,5 puntos al final de la 98-90, la del segundo anillo. Siendo titular junto a Isaiah Thomas, Joe Dumars, El Gusano y Bill Laimbeer. Casi nada…
Y no solo eso, James Edwards con su famoso fade away hacia la línea de fondo fue el mejor anotador interior de Detroit aquella temporada campeona solamente por detrás de Isaiah y de Dumars. Dicen que el único jugador en toda la liga que sabía taponar ese lanzamiento era Michael Jordan… Era una habilidad secreta, pero Michael fue el mejor no solo por su ataque.
Aquellos años de golpes, broncas, declaraciones cruzadas, no dar la mano perdiendo y de planes ocultos anti-Air para él fueron todo lo contrario. Su tranquilidad, posteos, anotaciones, juego fino de pies en el poste, poco chau chau y estrechar la mano al acabar incluso en la infausta eliminación de 1991. Quizás por eso, esto sí, Ricky Mahorn y Vinnie Johnson le apodaron Buddha, impertérrito ante toda la locura que había dentro y alrededor del equipo de la Motown, los motores rugieron pero su estoico bigote no se movió.
Precisamente el “Microondas” Vinnie Johnson fue quien lo rescató, ya de muy retirado para llevarlo a darle empleo no vendiendo electrodomésticos sino a un pequeño imperio de venta de coches, Buddha necesitaba trabajar, él no rentabilizó tanta gloria ajena. O la dilapidó, quién sabe.
Salió de Pistons con 35 años y antes de colgar las botas estuvo en Clippers, en Lakers de nuevo, en Portland y en los Bulls del 72-10 en el año 96, una plantilla mitiquérrima a la que ayudó en 28 partidos de la regular, con lo que se ganó el derecho a recibir un tercer anillo de campeón de la NBA. Tenía 40 años y fue el final perfecto para un jugador que promedió más de 12 puntos por partido y que no dio mucho ruido pese a tener bastante incidencia.
Buddha en su vida perfectamente te metía un tiro bien punteado, te equilibraba las fuerzas negativas o te colocaba un coche de segunda mano. En la primera luce orgulloso tres recordatorios de ser campeón de la NBA. Aunque la mayoría no le recuerde.